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viernes, 26 de agosto de 2016

LA LUCIÉRNAGA Y YO.



He aquí un azul frio por mi amor que no ha de llegar.
Tan azules tus ojos que mi mirada se congela con solo imaginarte.
No quiero llamarte, no quiero llamarte
No quiero que vivas por mí.
Solo ve el amor que ahí sobre la mesa y escoge el que más te gusta.
¿Cuál es el color que más te gusta? Me pregunta la luciérnaga con una mirada picara y desafiante. Cual color elija siempre tendrá una pizca de negro y blanco, aquellos colores puros o neutros no están en la baraja a elegir, ¿Por qué? Le pregunto sin dudarlo y antes de empezar a observar los colores.
Rápidamente la luciérnaga y muy inteligente me pregunta: -Porque te haz de observar ese detalle antes de analizar la gran variedad que hay sobre la mesa, tienes colores de todos los colores, brillantes, mates, laminados, lisos y hasta con texturas, pero no, observaste que no hay negro, blanco, rojo, azul y ni amarillo, ¿Por qué? Dudé si responder rápidamente, para seguir desafiándola o tomarme unos segundos y pensar detalladamente la respuesta. Respuesta que sabía que seguía con otra pregunta y seguiría así, una y otra vez, hasta que le diga lo que ella ya sabe. Pero que es lo que sabe y yo no, porque la luciérnaga conoce mejor y más lo que debo o quiero elegir y yo no.
Al pasar unos segundos y yo pensaba todo esto, que, de seguro, tenía una mirada entre angelical, dudosa, pensativa, y con un toque de niño aprendiendo algo nuevo y descubriendo lo que nunca vio antes.
La luciérnaga sabe de esto y no escame con su experiencia, sabe que si te presiona te retraes y si te deja te huyes. Así que te observa determinadamente, mientras no me doy cuenta y sigo pensando la gran respuesta, esa respuesta, que sé que todavía no estoy preparada para decirla, aunque la sepa, aunque la sienta, y tiemble mi cuerpo cada vez que la piense. Pero no, aun no saldrá de mis pensamientos, se quedará firme en el rincón del castigado. Y ella sabe que esa respuesta no llegara sin su toque final.
Con unos segundos más de silencio, un silencio frio y áspero, que se escuchaba el respirar y hasta el aire que acariciaba los pensamientos que corrían por la habitación. Me mira, me mira fijamente, con una mirada rica en sabiduría, que sabía justamente lo que estaba pensando, como si el aire se lo habría contado, y me dice…: - “sabes que esos colores representan extremos, extremos que no quiero que estés, o si, si me das esa respuesta que te habré la puerta para que elijas los colores que me has de nombrar”.
Cada uno sabe con qué color le convine el corazón, está en uno saber que te pones.

Maselli Carla

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